Ismael Salas Luque
Admirar las bóvedas de la capilla sixtina es un deleite para los sentidos. Es preciso apagar el reloj para contemplar cada detalle, deleitarse en cada pincelada y desentrañar poco a poco su significado. En este último paso, una de las escenas me traslada casi sin querer al tema que nos atañe. Se trata de la sobreexplotada imagen de la creación de Adán, en la que Dios Padre situado en el cielo y Adán en la tierra, intenta alcanzar el índice del otro, aunque el humano retrae un poco su dedo haciendo imposible la unión. Dejando a un lado el valor espiritual del gesto, se establece una clara diferencia entre el hombre y Dios, entre la finitud y lo infinito. Se reconoce la naturaleza de nuestra especie. Aunque no todos piensan como el pintor. En la historia muchos han deseado estirar el brazo para poder conseguir compartir espacio con la divinidad. De esta forma, durante los siglos de existencia humana se han sucedido multitud de intentos fraguados por alcanzar un rango divino. El medio ha pasado por contar con numerosos nombres, aunque su intención ha seguido siendo igual: agua de la vida, fuente de la eterna juventud, piedra filosofal, elixir de la vida o transhumanismo.
Este último es la más reciente expresión del anhelo humano por romper la condición inherente a su naturaleza que lo subordina a una vida finita, no perfecta. Con una tendencia imperante a ser o no ser. He aquí el alma de la cuestión. Atacar la esencia del hombre se traduce en romper el equilibrio establecido en nuestra existencia. Eliminar, por ejemplo, la enfermedad, rompería este sistema de relaciones preestablecidas, por lo que desembocaría en un problema de gran magnitud como la sobreexplotación.
El filósofo Heidegger afirmaba que “la vida inauténtica es aquella que vive en exterioridad , que es irreflexiva y no es consciente de su mortalidad”. No es por tanto el transhumanismo una corriente con pensamiento auténtico, pues proyecta su visión al exterior obviando la evidencia finita humana que transforma su proyecto en una contradicción, ni reflexiva al fundarse estas ideas en aspiraciones utópicas, no en razonamientos suficientemente asentados.
La aceptación de nuestra finitud será el punto de partida hacia el verdadero progreso humano ,es decir, un avance comprensivo con el equilibrio que nos rige. Este se trata del límite que debe ser respetado por el conocimiento humano, en cuanto a su aplicación en nuestra salud. La medicina no es contraria a lo finito, es más, es propia de él. La curación tiene como objetivo restaurar la ausencia de un componente. Cuando se abandona esta restauración y se aboga por modificar la naturaleza humana, con el fin de eliminar por completo cualquier signo de imperfección, traspasamos la línea roja. Esta intención no está proyectada a la aceptación finita sino a la erradicación de determinados efectos inherentes a la misma o incluso a la infinitud.
Leyendo la Declaración Transhumanista es posible apreciar la no aceptación y proyección a valores ajenos a nuestra especie:
“El movimiento intelectual y cultural que afirma la posibilidad y la deseabilidad de mejorar fundamentalmente la condición humana a través de la razón aplicada, especialmente desarrollando y haciendo disponibles tecnologías para eliminar el envejecimiento..”
El hecho de explicitar la erradicación del envejecimiento es signo patente de como no es aceptada la tendencia del humano al fin terrenal. Por tanto todos los trabajos en esa dirección no encontrarán mejora alguna de su situación, al enfocarse en un intento de prolongar indefinidamente la vida. Por tanto está proyectada a la infinitud.
“El estudio de las ramificaciones, promesas y peligros potenciales de las tecnologías que nos permitirán superar limitaciones humanas fundamentales, y el estudio relacionado de las materias éticas involucradas en desarrollar y emplear tales tecnologías”
¿Superar limitaciones humanas? Podría llevarse a cabo únicamente por una vía: la deificación. Ascender de categoría y convertir a nuestro mundo en una especie de Olimpo. Dejando de ser humanos.
A través del Manifiesto puede denotarse una irrisoria perspicacia al suponer que acabando con el mal físico, se lograría una plena felicidad. En la Antigua Grecia, Hegesias afirmaba que no existía felicidad al tener el cuerpo innumerables dolores así como el alma, frustrada por no poder satisfacer todos los placeres. El transhumanismo se encuentra basado en parte en esta premisa. Su solución consistiría en la eliminación completa de los dolores causados por el cuerpo. Pero siguiendo al pensador, cuyo razonamiento es propio de la sociedad, el alma seguiría buscando insaciablemente placeres y tampoco sería feliz de esta forma. Por tanto aunque cesara el dolor corporal la infelicidad humana seguiría existiendo.
Un aspecto importante de esta corriente además, es su tendencia contraria a la igualdad. En el caso de encontrar alguna fórmula que lograra la progresiva perfección del hombre, ¿creen que sería accesible al conjunto de la población? De ningún modo, únicamente podría ser utilizada por una élite privilegiada a la que le sería más interesante la creación de castas sociales para imponer su poder al resto.
Por ello rechazo profundamente el transhumanismo al tratarse de un planteamiento contrario a la naturaleza finita, proyectado a la imposible tarea de abandonar la condición humana y sumamente injusto en caso de su implantación. Se trata de un intento desesperado de incorporarnos a la perfección y lo infinito, en otras palabras, deificarnos.
